lunes, 18 de julio de 2016

Poesía de Patricia Elena Vilas (Argentina)

LA BUSQUEDA DEL DESTINO
En la espesura de mi alma
quise encontrar el universo,
tan sencillo, enredado, difícil.
En la espesura del universo,
quise encontrar el enigmático destino
entre las líneas del pensamiento
que no quise fijar en el horizonte.
En la espesura de la vida  teñí de rojo
la sinrazón de mi existencia,
me esfumé por la tangente de la vida
 y mi mundo desapareció.
No quisiera perderme en la espesura
del bosque del olvido,
donde la memoria se fuga
por los poros de las estrellas.
No quisiera perderme en las profundidades
de la negrura de la noche,
quisiera perderme en la brillantez

de las estrellas y los cometas.

sábado, 16 de julio de 2016

Videopoema de Victor Hugo Gajardo Olivares (Chile)


Cuento de Rafa Arana Diez (España)

(Una noche muy especial)

Se reunieron pasada la medianoche de San Juan en la entrada de la feria. Lucia fue la primera en llegar, después José y Fernando. María llegó cinco minutos más tarde. Tras saludarse entre bromas y risas entraron en el recinto. La feria estaba atestada de gente.
De fondo llegaba un bullicio sordo que te trasladaba al interior de un gigantesco panal. José iba delante llevando a Lucia de la cintura. Ésta devoraba con indiferencia una sabrosa manzana acaramelada. Dos pasos atrás, Fernando y María conversaban animadamente sobre las diferentes atracciones recargadas de neón y letreros llamativos.
Unos niños se cruzaron a gran velocidad derribando la manzana, que se perdió entre infinidad de zapatos. José le prometió comprar otra ante los juramentos de su novia. Gozaron de la noria después de esperar un buen rato. Atracción romántica por tradición y naturaleza, ya que reservaba una estrecha intimidad para todos los amantes.
Ofrecía también una explendida vista de la ciudad.
- Mira, fíjate, me encanta esta ciudad tan viva y luminosa.
- Y a mi me encantan tus tetas, tan grandes y firmes.
- Vale ya José. Siempre pensando en lo mismo.
- Y de un manotazo liberó los pechos del incesante manoseo.
- Venga mujer no seas tan estrecha joder, que me tienes a pan y agua.- Protestó un tanto dolido.
- Porque tienes el romanticismo en los pies y la bragueta en la frente.- Fue la respuesta cortante y directa.
- Joo!- Intentó besarla sin éxito.
- Sí, quizá tengas razón. Desde aquí la ciudad parece resguardar miles de luciérnagas y hoy siendo la noche de San Juan, las hogeras les dan un aspecto siniestro ¿Sabes? Creo que hoy va a ocurrir algo especial.- Volvió a besarla, esta vez con éxito.
En el carrusel anterior viajaban Fernando y María. Ella no había abierto la boca desde que entraron en la atracción. Él intentaba animarla, pero sólo recibía silencio por respuesta. Cariñosamente le acarició la barbilla y giró su cabeza hasta que estuvieron de frente. La besó. Fue un beso corto e intenso, húmedo, cálido y conductor de sentimientos.
- Te quiero. Ella no respondió. Una lágrima cruzó su rostro hasta fundirse en los labios. Reprimió la siguiente con evidente esfuerzo.
- Fernando, he decirte algo. Antes, estando sentada frente a la hoguera. Al poco de sentarte a mi lado… En ese momento el carrusel se sacudió. Fue un golpe seco he hizo que se balancearan. Era la forma que tenía la noria de indicar que el viaje había terminado.
- María, dímelo mañana. Déjame ser egoista por esta noche y aparta de ti todo pensamiento ajeno a los dos.- Ella sonrió y se dispusireon a disfrutar de la velada con abrazos y susurros de amor. Después de la noria, el castillo del terror. Después el tiro. Dónde se atiborraron de muñecos de peluche, pulseras, collares, mecheros e infinidad de artilujios, que adornarían sus habitaciones; haciendo de ésta una noche inolvidable. Las sonrisas parecían estar incrustadas en sus caras. Esculpidas por el más gracioso de los titiriteros. Lloraban de tanto reir y el abdomen les dolería durante días. José quiso comprarle la manzana, pero Lucía le contestó que no tenía sitio donde meterla y que además ya no tenía apetito. Tambien entraron en la caseta de Madame Moly aunque a Fernando el futuro le inquietaba. Y no sin razón, ya que aunque lo evitaba en lo posible, no dejaba de pensar en su conversación con María. Aun asi no puso ninguna objección. Se prometió a sí mismo que nada en el mundo empañaría esa noche. Pero Madame Moly sólo pudo leérles su pasado ya que las cartas se negaban a leer el futuro. Apenada, no les quiso cobrar nada.
- ¡Vaya adivina de los cojones!
- ¡Bueno! Tampoco te pongas asi José, que no nos ha cobrado nada.
- ¡Faltaría más! Yo mi pasado ya me lo sé.
- Tiene razón. Es extraño que no haya podido leérnos el futuro. María caminaba en silencio.
- ¿Tú que opinas? – Dijo Fernando dirijiéndose a ella. - Suele pasar. – Fue su escueta respuesta.
- Ahora voy a mirarme lo guapo que soy.- Dicho esto José agarró en bolandas a Lucía y la llevó hacía La Casa de los Espejos.
- Mira! Es buena idea.- Argumentó Fernando forzando la sonrisa. Pero María parecía anclada en el suelo.
- Venga pequeña, me lo prometiste. Esta noche iba a ser mi noche.- Le miró y negó con la cabeza.
- Venga, por favor.- Suplicó, y a regañadientes le siguió. Cuando entraron, la otra pareja les llevaba ventaja. Dentro no se veía a nadie. Sólo había espejos. De vez en cuando se le oía a Lucía gritar o reir y a José amenazar de forma cariñosa con un “ya te pillaré”.
- Se lo están pasando en grande.- Dijo Fernando con voz envidiosa. Y se adelantó hacía el centro; dónde los espejos robaban la luz y la reflectaban transformada. Uno, en forma delgada por el centro y estirada en los extremos. Otro, al contrario. Cada imagen distinta y deforme. José aparecía enano y gigante, obeso y delgado. Retorcido o encorvado. Mas María no donaba su imagen. Los espejos negaban su luz. A ella no se le veía en ninguno. José no se dio cuenta hasta que le obligó casi por la fuerza a aparecer ante uno de ellos. Uno grande donde pudiéran verse los dos. - Esto es lo que quería decirte. No era la voz de María. Él se quedó sin habla, pálido y empezó a temblar. Perdió el control del esfinter y la uretra. Sólo se escuchaba la voz intermitente de la orina entre el olor del miedo. Su garganta no podía gritar pero sus ojos sí cuando se giró hacía lo que había hablado. Después se escuchó la sangre golpear contra el cristal tiñéndolo de púrpura.
- ¿Has oído eso? - El qué.
- Me había parecido escuchar a José y María. Despues nada. Callaron de repente.
- Estarán revolcándose al pie de un espejo. Vamos guapa, hagamos lo mismo. – Le contestó José atrayéndola hacía si mismo.
- ¡Quítame las manos de encima! Hablo en serio. Estoy preocupada.
- Vamos nena. No te pongas así. Quédate aquí que ahora mismo vuelvo. Voy a echar un vistazo. Giró sobre uno de los pasillos hasta encontrarse al otro lado de Lucía. Donde debería estar la pareja. Pero ahí no había nadie. Aquello no era más que un laberinto de pasillos que conectaban diferentes salas formadas por espejos. A José le parecía estar en el interior de un diamante. La luz parecía provenir desde algún punto del techo. Pero no había lámparas. Sólo espejos. Sudaba y temía que no se debiera ni al calor ni al ejercicio físico. Sino a una presencía que sentía. Algo que le observaba. Algo que estaba fuera de su conocimiento. Eso le asustaba. Volvió sobre sus pasos temiendo por Lucía. Al girarse, algo llamó su atención. Un bulto cerca del centro de la sala. Se dirigió hacía lo que resultó ser un cuerpo tumbado de cara a un espejo teñido de rojo. El líquido discurría placidamente formando extensos regueros, como un bote de pintura lanzado contra la pared. Se arrodilló junto al cadáver y le dio la vuelta. Se trataba de Fernando. Algo o alguien le había abierto el cuello de un mordisco. Su rostro tenía el color del mármol y su tacto era frío como el hielo. Se apartó del cadáver y sin poderlo evitar, vomitó. Cuando recuperó la compostura y sus temblorosas piernas le permitieron alzarse; se dio de morros contra María. Sus ojos antes ocuros, ahora amarillos moteados de puntitos negros, carecían de expresión y parecían mirarle desde el mismísimo infierno. De su boca cerrada, sobresalian unos grandes caninos partiendo el labio inferior en tres partes. Intentó gritar. Avisar a Lucía. Pero ella fue más rápida y taponádole la boca con una mano, le seccionó la garganta de una dentella. El chillido calló en seco. La sangre salió expulsada contra María coroleándole el bonito sueter verde. A cada instante Lucía se ponía más nerviosa. José ya debería estar de vuelta. Se tranquilizó pensando que podría haberse perdido. Sim embargo, el silencio, la falta de ruidos, risas o comentarios apagados o deformados por la distancia o el simple sonido del aire; le hacían sentirse suspendida en el tiempo. Sólo escuchaba los latidos de su corazón, cada vez más rápido. Su cuerpo temblaba involuntariamente y ningún musculo obedecía a la voz que desde dentro le gritaba la huida. Asi que se quedó quieta. Mirándose en el espejo donde se veía hundida. Como si la hubieran sacado todos los huesos. Extendiéndose por el suelo. Convertida en una muñeca de gelatina.
- Estás muy guapa. Era la voz de María. Mas no parecía nacida desde la garganta, sino del interior del celuloide de alguna película de terror. Irrumpió en el silencio de forma seca y chirriante. Semejante a una largas uñas rasgando una pizarra. Fuera de si. Muerta de terror. Sólo pudo llorar. Pero no se dio cuenta de ello. Sintió las manos agarrándole de los brazos. Estaban frías y asperas. Le recordó a los muñecos de cartón-piedra del Castillo del Terror. Gritó pero sólo se escuchó un gemido débil y lastimero. Despues una mano le atenazó la boca. Otra se posó en la nuca y un crak Al poco llegó la oscuridad en el tiempo que tarda una cerilla en consumirse. Su cuerpo inerte cayó de la misma manera que lo hace una hoja precediendo el otoño.
- Lo siento chica, pero no tenía más hambre. Fuera la fería reía, bailaba, se divertía. En la noche de San Juan las hogueras despertaban espíritus largo tiempo dormidos. Espectros dueños de la noche y despreciados por los espejos. Ésta sería recordada por la muerte de tres jóvenes y la desparación de una muchacha en La Casa de los Espejos.

lunes, 11 de julio de 2016

Poesía de Margarita Leonor Berrios (Chile)

No te olvides. No te olvides que no tengo zurcida la boca que espero hasta la madrugada tus besos que antes de meterme a la cama me suelto el pelo y que un batallón de óvulos golpean la puerta de mi armario, aquel que se posa entre mis piernas, - y te repito ( con insistencia, con cara de angustia) que aunque te demores mil años no renunciaré a tus sutiles manos, ni a tus ósculos salvajes ni a tus caricias caramelos, o a tu figura de- (el tiempo me ha acabado). Cuando te de por aparecer ansioso ante mis ojos te demostraré que aún fluye el deseo contenido y seré una margarita de octubre a junio;
(...)
instinto de vida.

Poesía de Estela Schimpf (Argentina)

Se escurre entre las piedras esta lluvia como queriendo borrar días brillantes, soleados, descalzos pies, entrelazadas manos, silencios confabulados. Cómplices sueños que no ven, no sienten, no piensan... Y esta lluvia inundando vacíos, escurriendo dolor entre piedras de olvido..

Poesía de María del Socorro Gómez Estrada (Colombia)